Lucía Díaz Ordóñez
Le pedí a mi novio por Navidad un kit de iniciación a la cerámica y él, sabiendo que no soy muy fan de Amazon, acudió a esta tienda. El vendedor le dijo que no tenían nada para mí y que comprase en Amazon. Mi novio, sorprendido porque parecía una tienda bastante grande, le volvió a preguntar si no había nada que me sirviese. El dependiente le dijo que bueno, que comprase un libro en su propia página web. Me llega el libro a casa y es un libro de decorar cerámica (con técnicas bastante profesionales, he de decir). ¿Pero qué cerámica voy a decorar si no sé hacer ni una sola pieza? Bueno, voy a la tienda a devolver el libro y me dice que los libros no se pueden devolver. Mientras atiende una llamada, compruebo su política de devoluciones. Por supuesto, no menciona la imposibilidad de devolver libros. Le enseño sus propias condiciones de devolución y me dice que vale. Al salir le digo que no me parece bien su manera de proceder y me dice que estaba a punto de rectificar. Claro, claro. Osea, que si no llego a leerme la política de devolución, me hubiese sentido obligada a quedarme con un libro que no me sirve. Al vendedor (uno con moño) desganado, grosero y chulo: casi me la cuelas, pero tranquilo que no pienso volver ni te recomendaría a nadie.