Mary Morales
Quiero puntualizar varios puntos que creo importantes a la hora de dejar esta reseña:
El primero de ellos es que en mi familia siempre hemos sido reacios a la hora de asistir a terapia. Hay muchas situaciones que hemos normalizado pero que claramente no eran sanas y creaban discordia entre nosotros, entre ellas, el consumo de alcohol de mi madre.
En mi familia, y en muchas que conozco, está normalizado el consumo del alcohol. Un vinito con la comida, un vinito a media mañana, otro en la tarde y en la noche a la terraza a seguir bebiendo; creemos incluso que el vino "alimenta" y algunos ni siquiera lo consideran alcohol, en fin, que está normalizado beber y nosotros no eramos la excepción.
Nuestra experiencia en Aeda fue como un baño de agua fría, un aterrizaje a la realidad, un despertar, sin más. De repente comprendimos por qué siempre discutíamos, de dónde venía el malestar.
Ver a mi madre recuperarse ha sido una de las experiencias que más me han marcado. Ella es una mujer mayor, funcional, hace sus cosas y tiene amistades, pero estaba claro que el consumo del alcohol la estaba afectando. No podíamos tener una conversación con ella, ni podía estar con los nietos. Pedía prestado para comprar alcohol e incluso apostar. Un caos.
Un mes después de empezar el tratamiento estaba mucho mejor, aunque al inicio se empecinaba en no querer asistir, vimos que volvía a hacer ella misma a medida de que se involucraba más en el tratamiento.
No sé qué más contaros. Es un proceso lento, doloroso, en el que se abren heridas, pero que vale la pena. Creo que lo más bonito de toda la experiencia es recuperar al ser querido, eso no tiene precio.