Miguel Gil
Mi experiencia en este local ha sido la más vergonzosa vivida en un restaurante. No me habían hecho sentir tan incómodo y me había visto tan violentado por parte del servicio nunca. Pese a ser un restaurante, la comida pasa a un segundo plano cuando el trato recibido es tan denigrante. El comportamiento por parte de la camarera hacia mí y mi acompañante fue patético desde el mismo momento en el que nos abrió la puerta cerrándonos el paso al local y preguntando qué queríamos. Obviamente, cenar. Si hubiéramos querido ver el Guernica nos habríamos ido al Reina Sofía.
Lo siguiente fue tardar aproximadamente 10 minutos en traernos las cartas para más tarde hacernos sentir unos totales inútiles al preguntar de qué se componía cada plato, cosa que desconocíamos ya que era la primera vez que visitábamos un restaurante con este tipo de comida (fondues y raclettes básicamente).
Tras conseguir discernir lo que queríamos cenar gracias a la “explicación” de la camarera, sucedió un percance. La camarera rompió una copa tras chocar ella misma la botella de vino que habíamos pedido contra la copa por accidente. Hecho que no tendría más importancia ni trascendencia a no ser que hubiera salido una disculpa por su boca, cosa que no sucedió en ningún momento de la noche. En ese momento demostró una mala educación y una desvergüenza total. Ni una disculpa ni un agradecimiento por no hablar de una sonrisa ni un gesto amable.
Pasamos a la comida. Viejuna en presentación, al igual que la decoración del local. En cuanto al gusto, algo normal, nada especial que comentar. Una fondue de queso, con un acompañamiento de frutos secos digno de un Barcelona - Las Palmas visto en el “Casa Pepe” con los amigos. Lo de los post-its en la carta y las faltas de ortografía es lo que menos importancia tiene, ya que a lo que voy es a cenar y lo que espero del cocinero es que cocine bien, y no que me recite a Machado.
Los precios de la carta sin IVA y la cuenta sacada a modo de factura tampoco tienen gran importancia comparados con otros defectos de este local.
Puede que el desfile de carnaval que había ese día en la ciudad fuera la razón y tuviese la culpa del mal humor de la camarera, pero servidor no viste como un payaso y mi pareja iría elegante hasta con un disfraz de tortuga ninja; y por otro lado ni la camarera iba con chaqué ni los clientes que pudimos vislumbrar habían sido vestidos por Karl Lagerfeld
Lo que parecía ser una inepta integral con la empatía de un oso panda posiblemente escondiese a una experta en recursos humanos con varios master capaz de discernir si un cliente es un tirado incapaz de pagar la cuenta o Bill Gates reencarnado.
En resumen, el trato fue más el del señor feudal que lanza unos reales al tullido de la aldea que el de la encantadora mujer que desborda simpatía por todos los poros de su piel, como se desprende en alguno de los comentarios anteriores.
Y que conste que no es enfado lo que siento y lo que me mueve a escribir este comentario. Es tristeza por lo acontecido y por el trato recibido, que considero totalmente inmerecido. Ya no por mí sino por mi acompañante, la persona más alegre y más encantadora que habrá entrado por la puerta de ese establecimiento.